1. Bananas

03.01.2021

Cuando abrí los ojos me encontraba tirado en el suelo, y el olor a tierra mojada inundaba mis canales olfatorios. Parecía que era de día, aunque mi primera impresión era que estaba a punto de largarse una tormenta colosal. A veces el olor a lluvia es tan nítido que tiene el poder de sobrepasar los otros olores posicionándose como el más potente. Al desperezarme, sentí un agudo pinchazo en mi rodilla derecha; noté que tenía un color entre bordó y morado. Luego de inspeccionarla me di cuenta que estaba ensangrentada pero que la sangre se había mezclado con algo de barro. Al parecer me había lastimado gravemente; no intenté pararme.

A pesar de esa inminente sensación de lluvia, mi olfato sentía algo más. Era un aroma extraño, denso, una combinación de hierbas con madera, y sangre coagulada. Tal vez me sintiera confundido por el desmayo que había sufrido. Pensando con claridad, recordé que me encontraba en Bounila, una aldea perdida entre las selvas de la República Democrática del Congo. Luego de conseguir mi beca, había llegado bastante lejos. Pero ahora presentía que había llegado demasiado lejos.

Me dolía un poco la cabeza, y no podía recordar con exactitud porqué me había desmayado. Pero, si bien se sentía bastante la humedad subtropical de la zona, no tenía tanto calor. No me pareció que fuera la presión. Además, estaba esa herida, que podría haber sido causada por un golpe casual contra alguna piedra en el suelo. Enchastrado por el barro, me levanté con lentitud y el aroma extraño penetró con más intensidad en mi nariz. Miré a mi alrededor, pero no hallé rastros físicos de ese aroma.

Quise continuar mi viaje hacia el interior de la selva, pero recordé que unos nativos de la aldea me advirtieron que era una zona inestable, y que la fauna era peligrosa (especialmente los anopheles, unos mosquitos que según mis estudios son responsables de la malaria). Pero ahora no había nativos a mi alrededor, y sin embargo yo seguía sin recordar porqué me había desmayado.

Por un momento pensé que el aroma extraño se había evaporado y caminé con torpeza hacia un árbol de bananas, tomando una que si bien estaba bastante verde, tenía pinta de estar comestible. No me equivoqué, aunque luego de un solo bocado sentí ganas de escupir. La banana no estaba fea, pero el olor extraño había regresado, y se intensificó de manera invasiva. Ahora lo sentía muy cerca. Y si no fuera suficiente el aroma que me dificultaba la respiración, aprecié una leve vibración en el suelo, al tiempo que las ramas del bananero empezaron a oscilar como si un gran viento estuviera soplando.

La tormenta aún no se mostraba. El olor era ahora casi insoportable; no era repulsivo, pero sí intenso. El suelo temblaba. Pensé en elefantes, porque sabía que el Loxodonta todavía habitaba esas selvas subtropicales, pero no oí ningún barrito. Mi cerebro de zoólogo se puso en guardia cuando escuché una voz aguda. Digo aguda porque para ese entonces ya estaba seguro de que se trataba de un animal grande, un mamífero. ¿Un gorila? No podía ser otra cosa, excepto...

...hace unos días, apenas arribé a la aldea, un traductor de una de las tribus me contó un chisme. Una especie de leyenda rural, sobre un animal gigante que se pasea por la selva, en especial cuando no hay otros animales merodeando en los alrededores. Este animal no disfruta mucho de la compañía. Su nombre es Mbielu-Mbielu (no estoy seguro de la cantidad de veces que se repite esa palabra), y el hombre reconoció que es muy probable que sea sólo un cuento, una exageración. O...

...no tuve tiempo de correr, y creo que tampoco hubiera llegado lejos en mi intento de huir, pero de pronto tuve a esa criatura delante de mí. Lejos de atacarme o manifestarse molesto con el encuentro, pasó a mi lado y siguió su marcha hacia el bananero. Con su pequeña cabeza golpeó dos o tres veces el débil tronco y varios racimos cayeron al suelo. No importa cuánto duró este momento, por suerte para mí tengo memoria fotográfica y puedo recordar con exactitud cada detalle de su voluminoso cuerpo.

Sí, es un animal desconocido. Tal vez sea descendiente de los dinosaurios, en particular de una especie de stegosáuridos llamada kentrosaurus; digo esto, porque el animal tenía un montón de placas dispuestas en hilera y hacia arriba, todas sobre su lomo y casi hasta la cola, donde varias púas ejercían un dinamismo interesante. Ah, esas placas presentaban un policromatismo que jamás vi en animales grandes.

El animal continuó su paseo luego de comer las bananas, y yo me quedé sentado sobre el barro hasta, quién sabe, horas después del atardecer. Después regresé a la aldea y tras hacerme las curaciones correspondientes, anoté todo en mi diario y partí hacia mi destino siguiente, también en el Congo. Tal vez pequé de inocente, pero la maravilla de ver a este animal hizo que mi cuerpo se congelara y pasara durante un instante a formar parte de la naturaleza misma, respetando su camino.

Y aunque no pude siquiera acariciarlo, me traje un souvenir, algo que por un tiempo me recordara lo que jamás olvidaría. Pero sólo por un tiempo. Sí, me traje un racimo de esas bananas verdes. ¿Qué creían?

FIN

Es mejor mirar al cielo que vivir en él. 
(Truman Capote)
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar