2. Esos malditos orejones

09.01.2021

Vale. No son tiernos como en las películas. Y nos tienen rodeados. Yo pensé que cortando el suministro de agua y quitando la escalerilla que lleva al gran tanque, estas criaturas nos dejarían tranquilos. Pero no son nada tranquilos. Inundé el jardín para nada.

Supongo que tendré que hacer un fuego gigante para ahuyentarles. Pero el problema es que nos encerramos en el granero, y de acá hasta la casa hay un trecho que si bien no es largo, dudo que podamos alcanzarla.

No son tiernos como en las películas. Parece ser cierto que manejan herramientas; algunos de ellos se aprovecharon de que como no era tan tarde, todavía no había guardado mis utensilios de trabajo. Ahora ya llevamos treinta y cinco minutos encerrados. Hay uno de esos bichos que arrastra un rastrillo como si fuera un demonio.

Mi hija sostiene un peluche suyo entre sus brazos; se rehúsa a largarlo. Yo tengo la sospecha de que esa puede ser la causa, porque este peluche es del gremlin ese de la película de los 80'; el bueno, el de colores marrón y blanco que parecía un osito de felpa.

Quizás el viejo tractor aún funcione. Lo reviso, y enciende. Le digo a mi hija que se suba; ella lo hace, con el peluche a bordo, claro. Tengo miedo que, si no abro el portón, el tractor no pueda atravesarlo. Después de todo, no tiene mucha velocidad.

Al primer intento, el motor del tractor se apaga casi al instante. En una segunda oportunidad, el vehículo arranca y, en el corto tramo que nos separa del portón, lo manejo en línea recta para optimizar el cruce.

Contra mis expectativas, el viejo tractor logra atravesar la puerta de madera, y salimos a poca velocidad. Pero los bichos no tardan en darnos alcance, e intentan trepar por los costados. Mi hija, en un avance de genialidad y asquerosidad, los escupe y eso parece molestarles; yo hago lo propio pero no es suficiente, pues son muchos de ellos.

Una de esas malditas criaturas trepó al capot del motor. Mientras seguimos andando, logra abrirlo y se mete adentro. Chilla, seguramente por lo caliente, pero en pocos segundos un ruido bajo repercute en mis oídos. El motor se ha parado. La criatura lo descompuso.

Pateando algunos bichos, nos abrimos paso hasta alejarnos un poco de ellos. Luego de descomponer el tractor, las criaturas corren detrás nuestro. Cada vez más lejos de casa, perdemos las esperanzas de salir airosos. Para colmo corremos a campo abierto, y esos malditos orejones persisten en perseguirnos.

De repente, ya exhausto, se me nubla un poco la vista, pero sin desfallecer, me doy vuelta para mirar atrás, y ya no veo a las criaturas tan cerca. Siento esos chillidos, pero no los veo. Mi hija está agotada. Nos sentamos en la hierba un momento, con la luna casi cayéndonos encima, y a ella se le cae una lágrima.

-Mi osito- dice. -Se me cayó.

Le acaricio el rostro y miro a los costados. Ni rastros del peluche. La agarro de la mano y regresamos cautelosamente. Tras un breve andar, nos topamos con un grupo de esos seres que están revolviendo algo en el pasto. Le digo a mi hija que aprovechemos el momento y sigamos hacia casa.

Cuando estamos llegando a la casa, el silencio se hace absoluto. Apenas se escuchan unos grillos haciendo su conversación nocturna. Las criaturas desaparecieron.

-Mañana iremos al centro y te compraré un osito nuevo. El más lindo que encontremos-. Ella hace un gesto de conformidad casi imperceptible.

Mañana me voy a levantar temprano y voy a rastrillar la zona para asegurarme de que se hayan ido; y a limpiar el desastre. Menos mal que mi hija no vio lo que esas criaturas estaban comiendo.

FIN

Es mejor mirar al cielo que vivir en él. 
(Truman Capote)
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