Gina
Gina llega a su departamento con toda la frescura de haber compartido el amor. Saluda a su amante, abre el portón, ingresa al edificio y se dirige al ascensor. Toca el botón, pero el ascensor no viene. Desprevenida, se acerca hacia la barandilla y mira, con un dejo de resignación, hacia arriba; el espacio de los pisos es triangular, y se extiende varias escalas hacia su destino. La chica sube entonces las escaleras dispuestas en ese esquema triangular, avanzando de punta a punta sobre esa tríada de vértices. Gina la recorre como si fuera para un obligado a ir a misa la santa trinidad, pero también a modo semiótico, como si se transportara de ser índice, a ícono y a símbolo. Subiendo las escaleras, las luces de los pisos superiores se apagan: el terror está servido, sólo falta el asesino. Gina prende un encendedor en la oscuridad mientras sube, y esa luz le da un halo de inocencia (maldita apariencia, la chica viene de amoríos). Y se confunde, o se pierde. Observa una cabina, y al mirar adentro, ocurre lo esperado: golpes, cuchilladas, sangre. El crimen está cometido. El morbo, también.
*de L'uccello dalle piume di cristallo (1970), de Darío Argento