Un punto de ignición. Hush (2016)

Silencio (Hush) (2016), de Mike Flanagan 

Maddie, una joven escritora de novelas de terror con discapacidad (padece sordera e imposibilidad del habla) se encuentra en una etapa crucial de su vida: está estancada con el final de su última novela, y además se ha distanciado de sus seres queridos al pelearse con su supuesta pareja, Craig. Como consecuencia de tales conflictos, decide mudarse a las afueras de la ciudad, a una casa rodeada por un bosque (cuándo no, tópico utilizado hasta el cansancio).

Sólo unos cuantos minutos después del inicio de la película, uno tiende a pensar que la mesa está servida; sólo falta el plato principal, un asesino, un merodeador, algún monstruo. Efectivamente, la promesa se cumple al poco tiempo, tal vez demasiado pronto. Un stalker a quien identificamos con una máscara blanca -homenaje desde lo icónico al slasher más clásico- hace su aparición mediante el asesinato a puñaladas de la vecina (con quien Maddie tenía una cercana relación, según se muestra en el comienzo). No podía ser de otra manera, pues el director quiere establecer que este es un thriller de terror (si se me permite el sincretismo) que retoma elementos del slasher, del terror psicológico y, por qué no, del terror más físico (no del gore, porque la sangre que vemos no está allí más que de manera casual, excepto tal vez en la escena de la muerte del vecino).

El stalker devela su identidad demasiado pronto, en parte para hacernos saber que no hay posibilidad de salvación para Maddie, o bien para lo contrario, hacer al espectador esperar la aparición de Craig (sin embargo, la ironía de repetir el mensaje de texto por parte del stalker nos insinúa sobre la futilidad de tener esperanza en esa aparición). Pese a todo, la película juega con la idea de desestructurar la relación asesino-víctima todo el tiempo, poniendo de manera visible casi siempre al primero, y manteniendo en la oscuridad a la segunda; el juego del gato y el ratón se va invirtiendo a cada momento, y ambos salen lastimados en casi todas las secuencias.

El problema de Maddie con su novela es metarreflexión pura. ¿Cómo hacer hoy una película de terror sin incurrir en formatos o tópicos ya desgastados por el género mismo? Su novela en proceso tiene siete finales diferentes, y la escritora no se puede decidir por ninguno; reflejo de su inestabilidad emocional, sí, seguro, pero también necesidad de un punto de ignición. Es aquí donde toda la labor del stalker tiene su funcionalidad: así como desestabiliza ciertas pautas típicas del género, con su actividad logra "despertar" a la protagonista de su letargo, induciéndola a comportarse como un personaje de sus propias historias. Lo que se narra emula -o sugiere- a lo narrado por su personaje principal dentro de este universo diegético. Incluso, Maddie "miente" cuando escribe su propio final en el procesador de textos, despidiéndose de sus padres y anunciando su muerte segura. Pero hacia el final del film, no muere, sino que logra vencer al stalker y sobrevivir.

Entonces, de acuerdo, Maddie escribe ficción. La película obviamente es sólo ficción. Pero, ¿hasta qué punto la ficción se parece a la realidad, puede tornarse en ella o influenciarla hasta tal punto que pareciera haber la dinámica de un feedback entre ficción y realidad? Nuevamente, los límites parecen confundirse, y, aunque como espectadores tenemos muy clara la división entre lo que vemos en una pantalla y lo que vemos en la vida cotidiana, la incomunicación parece alcanzarnos a todos. ¿Por qué Maddie no puede oír? Será necesario explorar las posibilidades de reflexión que dispara el género hoy, a la luz de la incidencia de los medios visuales en esta dificultad de encontrarnos a nosotros mismos, para poder descubrir un punto de ignición que nos "despierte" del letargo en que estamos sumidos en, por ejemplo, nuestra relación con las redes.

¿Será posible despertar?