Kon-Tiki o La representación de la pérdida de los afectos

20.09.2020

Kon-Tiki (2012), de Joachim Ronning y Espen Sandberg

¿Es posible la reconstrucción ficcional de un film documental? La primera -posible- respuesta surge del hecho de que se sugiere a Kon-Tiki inspirada en el libro publicado por el explorador Thor Heyerdahl sobre su odisea hacia la Polinesia para demostrar la teoría de que esas islas fueron pobladas de Este a Oeste mediante viajes en balsa a través del océano Pacífico desde Sudamérica, es decir, por lo indígenas del Perú y no por habitantes de Asia (como afirman aún -y con pruebas concluyentes- especialistas en el tema).

La película, a pesar de tener como referencia directa la filmación del documental ganador del Oscar Kon-Tiki de 1950 (del propio Heyerdahl), se distancia de éste en cuestiones relacionadas a la utilización de los procedimientos de un cine de ficción. Dado el público para el cual la película fue realizada, no sorprende la apelación a ciertas convenciones del cine americano, como así también alusiones al cine épico (en particular los planos largos -como la escena del desenlace en la cual se muestra el arribo a las costas polinesas agigantándose la figura de Thor al acercarse éste a la playa-; estos planos son acompañados de una música incidental que tonifica el heroísmo del personaje principal). Las tomas oscilan entre el encuadre correcto, profundo, en oposición a aquellas en las que se llega a efectuar primeros planos de los rostros; por momentos, se observan tomas donde la cámara está en movimiento de acuerdo con la acción que se está desarrollando: el carácter realista se funde con el trato biográfico del relato. Así, mediante las imágenes se nos contrastan esos planos largos con aquellos más próximos a los rostros; es por ello que, en parte, se tiene la sensación de estar viendo una película europea para espectadores americanos. Se han filmado dos versiones, de las cuales la original, hablada en noruego, se acerca un poco más al carácter realista, mientras que pierde parte de la artificiosidad que con el apoyo del inglés (a partir del cual los diálogos se vuelven más simples, menos tensos) cede al aplanamiento de los personajes, en función de insertarlos en una trama con rasgos melodramáticos. Desde dicha construcción, la película no pretende retomar el camino del documental sino que hace hincapié en su aspecto dramático, en función de situar el relato en un contexto actual.

A lo largo de la película, sobrevuela la disputa entre la vida personal, los afectos, y la aventura, lo desconocido. Thor se halla en un dilema entre su familia -y la relación con su mujer Liv- por un lado, y su avidez por recorrer el mundo y alcanzar territorios poco explorados por el otro; esto último acaba por convertirse en su pasión definitiva. Ese desarraigo que lleva a Thor a despegarse de sus afectos puede asimilarse al problema de la falta de comunicación y el deterioro de las relaciones sociales en nuestro mundo contemporáneo, en el cual el avance de las tecnologías de la comunicación aíslan cada vez más al hombre de la sociedad, neutralizando su capacidad de sentir y de relacionarse afectivamente. Sin caer en el facilismo de los simbolismos, la referencia al persistente problema que los tripulantes de la balsa tienen con el radio, su reparación y su consecuente uso efectivo, refuerzan la hipótesis sobre la falta de comunicación.

Aquello que está siendo cuestionado no son los límites de la ciencia ni los beneficios que ella que puede otorgar al hombre, sino el pensamiento dogmático, en este caso representado en la comunidad científica que se negaba a dar crédito a cualquier teoría revolucionaria. En Kon-Tiki bien pueden reflejarse los problemas que surgen en las relaciones sociales contemporáneas, en las que la globalización tecnológica funciona como un cuchillo de doble filo de manera que, si bien amplía el campo de conocimiento y permite alcanzar (de forma virtual) distancias remotas, atenta contra la independencia y el carácter autodidacta del aprendizaje, en tanto dentro de este sistema accedemos al saber que el mismo sistema nos permite; se sigue estando a disposición de una suerte de organización del conocimiento. A todo esto hay que añadir la cuestión -ya mencionada- de la neutralización de los afectos, sobre todo mediante la telefonía celular y las computadoras portátiles, herramientas técnicas comunicativas que potencian la individualización extrema y atentan contra la comunicación real y presencial entre los seres humanos.

El destripamiento del tiburón es un símbolo potente de la aniquilación de la naturaleza por el hombre, pero, asimismo, e irónicamente en medio de un ritual cuasi-dionisíaco, dicho destripamiento no es más que el vaciamiento de los sentimientos y de los afectos en el hombre por parte del uso desmedido de las tecnologías (sin embargo, el hombre está tan alienado que luego de ese acto de carnicería es incapaz de mantenerse en unidad con los otros, sino sólo de sentir un profundo vacío). Lo salvaje, lo crudo, es la imagen pregnante, pero el remanente de aquella escena es el cúmulo de sensaciones encontradas para un ser humano que comienza a comprender los peligros de poseer, de adquirir poder y manipular la naturaleza.

Mención especial merece el tratamiento de la luz: la iluminación es tenue cuando el proyecto de Thor está en problemas, mientras que por medio de la abundancia del brillo y de la ilimitada paleta de colores de la naturaleza se piensa inmediatamente en la cualidad positiva que esta liberación, desalienación del mundo y de la sociedad opera sobre el protagonista.

Por ello, la reconstrucción ficcional de un film documental necesita funcionar en otro plano, distinto al de la mera reconstrucción realista. Mediante la exageración de algunos rasgos, Kon-Tiki de Ronning y Sandberg, con sus defectos y virtudes ronda este camino, el de valerse de una aventura de un solo hombre contra la institución científica para reflexionar sobre los peligros de que el hombre se vea sometido -en una peligrosa relación de dependencia- a los avances de la tecnología. 

Es mejor mirar al cielo que vivir en él. 
(Truman Capote)
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