5. Una clase no tan diferente de amor

18.05.2021

Kotiro Hari sabía que no debía acercarse a la orilla del Rotorua. El lago no era profundo, y Kotiro Hari era muy buena nadadora (a todos los chicos y chicas les enseñaban a nadar desde pequeños), pero desde hace varios días en el pueblo se hablaba sólo de una cosa: las tenues aguas del lago Rotorua se estaban agitando más de la cuenta. Algunos, los más jóvenes, desconfiaban de esos rumores, pero los más ancianos le adjudicaban ese extraño comportamiento a la Taniwha, un ser mítico que era conocido por todos, aunque nadie la había visto realmente.

Esa mañana, Kotiro Hari le prometió a Mama Whatu, su abuela, que volvería de recolectar mandarinas antes del atardecer, pero lo cierto es que se le hizo tarde jugando con unas piedritas a orillas del lago. Ahora, con la oscuridad descendiendo sin vergüenza sobre el huidizo atardecer, Kotiro Hari sintió que debía volver. Pero las aguas del lago se movían, a pesar que el clima era bastante caluroso.

En un momento dado, Kotiro Hari se acercó más a la orilla y remojó sus manos en el agua, porque de tanto meter las manos en la arenilla comenzaron a picarles. Fue allí cuando algo grande se sacudió debajo de sus manos.

Kotiro Hari había escuchado las historias que cuentan los mayores sobre la Taniwha; ella no sentía el miedo que aquellos querían transmitir. Al contrario, siempre sintió fascinación por la existencia de un ser tan majestuoso, aunque tenga la fama de matar personas.

Al seguir ese movimiento con la vista, notó una gruesa extensión, como una cola, que se agitaba lentamente bajo el agua. La luz de la incipiente luna permitía, de refilón, divisar la silueta de esa figura. La cola se extendía paralelamente a la costa del lago por varios metros. Kotiro Hari la siguió con la mirada hasta que, más allá, vio con asombro que un cuerpo mayor se erguía de entre las aguas.

En lugar de atemorizarse, Kotiro Hari se acercó a ese cuerpo, con forma de serpiente escamosa pero con una cabeza similar a la de un dinosaurio emplumado, de color azul y con unos ojos anaranjados. Aunque la joven no daba crédito a sus ojos, se acercó caminando por el borde playito del lago hasta encontrarse a la par de esa figura que, pese a tener una buena parte del cuerpo fuera del agua, se comportaba como si fuera ciega.

Lo que sucedió a continuación podría haber durado horas, pero lo cierto es que transcurrió en segundos, quizás incluso en un lapso de menos de un minuto: el cuerpo rotó su cabeza en dirección de Kotiro Hari, emitió un chillido calmo pero extraño, y agachó su cabeza hasta posarla a escasos metros de la joven. La sensación fue la de alguien que se coloca al lado del otro para prestar atención a lo que tenga que decirle. Kotiro Hari, con la calma de una adulta, le dijo:

-Sé que Mama Whatu y todo el pueblo quieren que les haga caso, pero yo sé, cuando miro a la luna y a las aguas sacudirse, que eres real, y que no quieres hacer daño.

Acto seguido, el cuerpo extraño se acercó más, tal vez bruscamente, pero sin tocar a Kotiro Hari. La joven respondió acariciándolo sin titubear. Como un gesto de cariño entre amigas. Kotiro Hari sentía que tenía un vínculo con aquello.

-¿Sabes?,- comenzó a decir la joven, pero en ese momento se distrajo por un llamado algo lejano. Se dio la vuelta y Te Tama e kohi manga la estaba llamando. Aparentemente el muchacho había sido mandado para buscarla en los alrededores.

Luego de verlo, Kotiro Hari volvió su cabeza pero la Taniwha ya no estaba. Por un instante se sintió furiosa de ser devuelta a la realidad. Sin embargo, en el fondo tuvo un destello de satisfacción porque alcanzó una sensación de plenitud, la que aparece en el reconocimiento de algo. La Taniwha existe y no es lo que todos piensan, al menos, no con ella. Ahora sólo quedaba esperar a que se cumpla su deseo, y desde luego, no se quedaría en casa a ver si se concretaba.

FIN

Es mejor mirar al cielo que vivir en él. 
(Truman Capote)
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